Pesa sobre los servicios diplomáticos la injuriosa especie de que sus titulares no han de tener más virtudes que un hígado resistente y la habilidad de sonreír mientras parlotean sobre naderías, de recepción a fiesta de embajada y de baile de legación a cena de gala. Quizá obras como la que hoy presentamos hayan alimentado esa calumnia. En ella Danilo, su protagonista, se enfrenta a la patriótica tarea de seducir y desposar a Hanna, una joven viuda acaudalada, para que su fortuna no salga del pequeño principado de opereta, ¡nunca mejor dicho!, de cuya embajada en Paris es Danilo primer secretario.
La tarea parece sencilla porque el mozo es apuesto y el uniforme le queda como un guante, pero no lo es porque hay entre ellos una vieja historia de amor despechado, porque otros pretendientes con iguales méritos se han fijado el mismo objetivo, ¡chacales arribistas!, y porque la viuda, ya lo dice el título, es alegre y no le pone mala cara a nadie. Mientras, la orquesta encadena valses y el champagne y la alegría se derraman a raudales.
¿Existió alguna vez un mundo así o todo esto es el delirio de un publicista de vinos espumosos? No, es el argumento aproximado de la opereta probablemente más famosa de todas, un verdadero paradigma del teatro musical. “La viuda alegre” se estrenó en Viena, ¿dónde, si no?, en 1905 con música de Franz Lehár y libreto de Victor Léon y Leo Stein, basado en la comedia “L’attaché d’ambassade” de Henri Meilhac y fue recibida con un entusiasmo que dura hasta hoy.
Director musical: Jordi López
Director escénico: Emilio Sagi
Escenografía: Daniel Bianco
Figurinista: Renata Schussheim
Iluminación: Eduardo Bravo
Coreografía: Nuria Castejón
Asistente Dirección: Carlos Roo
Director del coro: Carlos Imaz
Producción: Teatro Arriaga, Bilbao